miércoles, 25 de julio de 2012

1963.

Ayer cumplí 49. Cuarenta y nueve, con todas las letras. Soy del 63. Mil novecientos sesenta y tres. Uno año cualquiera para los que no han nacido en él. Para mí, el de la suerte.

“No te preocupes, estás exactamente igual que cuando tenías… cuarenta y ocho” ha sido la felicitación de mi hermano mayor. Me ha hecho reír, como siempre. 

Muchos buenos deseos. ¿Mide algo el número
de personas que te felicita? Quizá, la inmediatez de un clic en las redes desvirtúa la realidad. Lo que es fácil no vale… o sí. Es otro tema. 

Sea como sea, he estado encantada. Me ha sentado muy bien no poder llegar a todas las llamadas y mensajes y sentirme tan abrumada.

Lo he celebrado por todo lo alto. En honor a la verdad, me lo han hecho celebrar por todo lo alto.

Un adorable y querido amigo me ha invitado a pasar un fin de semana en un hotel de lujo. Él, en su salsa. Y yo, con menos experiencia en el ambiente, también. Para qué decir lo contrario. Aprendo rápido y me adapto con facilidad a lo bueno. 

Es curioso como el simple hecho de estar allí hospedada hace que se presuponga que eres alguien y te tratan como si lo fueras. Amabilidad exquisita, un punto servicial. Ese contraste clasista contra el que vives hasta que eres tú la clase alta. En fin, para pensar. 

Sin darme cuenta, pisoteé un suelo recién fregado. Lo sentí mucho y caminé hacia atrás de puntillas pidiendo disculpas a la señora de la limpieza quien, no solo no mostró enfado ninguno, sino que insistía en que volviera a pisar: “Usted está aquí para disfrutar. No es problema”. Le sonreí, le di las gracias y me fui por otro pasillo. No me entretuve en explicarle que mi disfrute es perfectamente compatible con un suelo seco. Me temo que, fuera de ese hotel, hay muchos otros ejemplos de suelos mojados y pisados. Para pensar también.

Mi amigo me regaló, además, dos masajes. “Me he permitido elegirte al masajista” -me dijo con una sonrisa mal disimulada. "Lo que lamento es no poder estar presente para verte la cara cuando aparezca".

Esperé al masajista a la hora convenida y, sí, apareció. Un enorme trozo de ébano precioso y perfecto en formas y andares. En sus manos abandoné mi cuerpo entero. Casi dos horas de caricias de terciopelo, apoyada en almohadones. Una sola de sus manos cubría, solo con la palma, toda mi espalda. Sobresalían los dedos que utilizó para teclear mis costados en una suerte de afinados arpegios. Danza suave alrededor de mi cuerpo. Imposible saber desde dónde él iniciaba la caricia, utilizando sus piernas y brazos para una presión justa y placentera.  “¿Usted estás bien?” fue su melodía repetida en cadencia hipnótica, a la que yo respondía con un susurro apenas audible.  En esa atmósfera en penumbra soñada lo cierto es que estaba a centímetro y medio de entrar en el cielo. Situación propicia para vender el alma. 

Así ha empezado mi 49. Así va a continuar. Estoy muy dispuesta a disfrutar de este baile atravesando mi año de entrada para una nueva década llena de vida. Sí, felicidades. 

2 comentarios:

  1. Aunque con retraso, feliz cumpleaños Sonrisa. Que los 49 y los que le sigan, sean tan idílicos como este fin de semana de lujo. Así da gusto sumar años...

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  2. ¡Malo sería no sumarlos! Que nadie se lleve a engaño. Muchas gracias, Noviaalafuga, voy a poner empeño en que tus deseos se tornen realidades. Por la cuenta que me trae. :)

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